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lunes, 21 de mayo de 2012

La empresa IV

Me llamo Jian Chen, tengo veinte años y soy el hijo menor de Moisés Chen. Mi padre quiso poner a su último hijo un nombre chino. Mis hermanos se llaman de mayor a menor: José, Merceces, Laura y Antonio, y todos excepto yo, trabajan en la frutería de la familia, la más grande del barrio Chino de la Habana, en la calle Dragones. Excepto yo, que trabajo,o  mejor dicho, trabajaba, para el señor Lansky.
Al señor Jacob Lansky, administador del Hotel Nacional y hermano de Meyer Lansky, famoso capo de la mafia, le gusta tener siempre enormes cantidades de fruta fresca en su habitación privada del hotel, desde la que se ve todo el Vedado y El Malecón. Una joya del Art Decó, decorada a su capricho, según afirma él a sus escasos visitantes, en su mayoría mujeres, que por su aspecto no tienen ni la más remota idea de lo que significa eso.
Yo era, hasta ayer, el frutero particular y exclusivo del señor Lansky. Era el frutero mejor pagado de toda la Habana y mis hermanos me envidiaban -aún me envidian-  por ello. Mi única misión consistía en proveerle diariamente de mangos, chirimoyas, naranjas y frutas bomba. No tengo la menor idea de quién comía la enorme cantidad de fruta que yo le llevaba, lo cierto es que cada mañana, a las nueve y media en punto, yo me presentaba en la recepción del hotel con un cesto cargado de la mejor fruta de la tienda que dejaba en el mostrador, para que el matón de turno la inspeccionara, tras lo cual, entraba muy ufano en el ascensor que subía directamente al recibidor que comunicaba con su habitación.  
Yo era una de las personas de confianza del señor Lansky. Lo he visto en pijama y en bañador, lo he visto equipado para jugar al tenis y en calzoncillos. Yo sabía de su tic nervioso en el ojo cuando le aguantabas más de tres segundos la mirada  y de su manía de pasar el regordete dedo por la brillante fruta en busca de alguna mota de polvo que por supuesto no había. 
El señor Jacob -Jake para los amigos- Lansky salía personalmente a recibirme y cogía el cesto de fruta con sus propias manos,  inspeccionaba una a una cada pieza con sus rollizos dedos como orondos gusanos blancos. Luego me daba el oquei con un guiño de su ojo izquierdo, el que no tenía el tic. Eso me hacía sentir importante....  Hasta Ayer.
No sé quién coño le llevará a partir de ahora la fruta al cabrón ese, ojalá se muera de una diarrea y alguien se olvide de la maldita deuda que tengo con él, por culpa de Teodora del Hoyo, la mulata más pervesa y más blanca de toda la Habana.