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miércoles, 21 de marzo de 2012

La empresa III

De pronto un rayo de sol se coló por la rendija de la vieja persiana y fue a parar justo a mi ojo derecho, Me desperté lenta y dolorosamente, como el que vuelve de un coma de tres meses. Me envolvió una profunda sensación de mareo. Estaba desorientada, no sabía qué hora era ni dónde me encontraba. Me incorporé ligeramente y fue como si tuviera clavada una enorme punta en el cerebro. Enseguida la habitación comenzó a dar vueltas como si fuera un tiovivo y alguien hubiese accionado la enorme palanca sobre la que rezara la leyenda "A todo gas". Sujeté la cabeza con fuerza entre mis manos para hacerlo parar pero no lo conseguí...
¿Dónde coño estaba? Aquella no era ni remotemente mi habitación del hotel Nacional. Me dejé caer de nuevo sobre el camastro en el que me encontraba. Con los ojos cerrados todo iba mucho mejor, la luz ya no hería mis ojos y la habitación no daba vueltas.
De pronto tuve la sensacón de estar totalmente despierta y me asusté.¿Estaba borracha? No recordaba haber bebido. No recordaba ninguna fiesta... Tal vez Teodora me había llevado al Tropicana como prometió...¿Lo prometió? ¿Cuándo? ¿Dónde? Pero no, ¡Me acordaría! Yo nunca había estado en un cabaret. Aquello no lo habría olvidado.
 Intenté poner orden en mi cabeza. Sí, recordaba perfectamente la habitación del hotel, fría, funcional, austera pero cómoda. ¿Y mi equipaje? ¡Oh dios, sí, me lo había robado el chino! Eso lo recordaba perfectamente... Decidí tirar del hilo empezando por ahí:
La carrera del chino hacia la camioneta
El Buick rojo de Teodora
La llegada al Hotel Nacional... Y... Nada más. ¡No recordaba nada más! Y aquella conversación sobre el Tropicana.... Hice un esfuerzo por recordar...
Una calle...la bahía al fondo... El rostro sonriente de Teodora...el graznido de las gaviotas.... Me incorporé sobre el camastro y la punta en mi cerebro se incrustó un poco más. Dios, ¡Qué dolor tan agudo! Me iba a estallar la cabeza. Me apoyé en el cabecero de la cama y poco a poco fuí abriendo los ojos. Así sentada sobre la cama, sentí que el mareo remitía y poco a poco, el tiovivo de la habitación comenzó a frenar.

Me encontraba en un cuartucho alargado en el que casi todo el espacio lo ocupaba la cama donde me encontraba. Había un agujero en el sitio donde yo había dormido, así que supuse que el colchón sería de algún material similar a la lana. Las sábanas blancas eran viejas pero estaban muy límpias, lo cual era de agradecer. La cama no era demasiado grande, tal vez un metro de ancha, desde los extremos de la cama se podía tocar la pared adyacente. A mi izquierda estaba la ventana, que era estrecha y alargada también. Una destartalada persina tipo veneciana ocultaba a la vista lo que pudiera haber detrás. Solo entraba la claridad de lo que supuse era un patio interior, pues no se oía tráfico de coches, o niños jugando. Por un momento creí que no había ruidos en el exterior, pero pronto me llegó el canto de un gallo lejano y el piar de algún pajarillo. Supuse que mi organismo necesitaba su tiempo para poder asimilar toda la información que le llegaba tras una monumental borrachera como la que imaginaba me había llevado allí la noche anterior.
Ni rastro de gaviotas, observé. Las paredes irregulares estaban pintadas con cal y había cuadros por todas partes. Cuadros de vírgenes con los corazones traspasados, alguno de Jesús llevando la cruz. Todos ellos eran láminas viejas abombadas por la humedad y cagadas por las moscas, no les protegía ningún cristal. Al fondo de la habitación había una especie de altar. ¿Un crucifijo? No lo distinguía muy bien sin las gafas. ¿Dónde demonios estarían mis gafas?
Si, era un crucifijo sobre una especie de peana, y bajo él, lo que parecían cuenquitos con semillas dentro, y una imagen al lado, como un San Pancracio de esos que se ponen en los comercios para atraer el negocio, los clientes, el dinero, la buena suerte o todas las cosas a la vez...

La cabeza no paraba de darme vueltas y yo no conseguía sacar mis recuerdos del atolladero de la habitación del hotel. ¿Qué había pasado después de llegar al hotel? Por más que lo intentaba, no conseguía recordar nada más... Un momento ¡Si! Teodora me había llevado a conocer el Malecón, dimos un paseo y comimos unas hamburguesas en un puesto que había en una esquina...¿Cómo las había llamado ella ...? ¡Fritas! Eso era, tomamos unas fritas. Recordé su pelo al viento y su sonrisa confiada. Yo estaba muerta de hambre y devoré un par de aquellas fritas, sí, lo recordaba perfectamente...¿Y después? Nada. No recordaba nada más..
Bajé la cabeza y me sorprendió ver que estaba vestida con un camisón blanco de algodón. Yo nunca usaba camisón ¿De quién demonios sería aquel camisón?
Eché la sábana con la que me habían cubierto hacia atrás dispuesta a explorar un poco y salir de aquel cuarto en busca de Teodora, que era el único ser humano en toda la isla que yo conocía. Me bajé de la cama por el único sitio por donde podía hacerse cómodamente, por la parte de atrás. Creí que podía sujetarme en pie pero me equivoqué y fui a darme de bruces contra el altarcito y todo lo que había sobre él se vino abajo conmigo.
Quedé tendida boca abajo en el suelo, enmarcada por un rosario de semillas gordas olorosas y extrañas y trocitos amputados de figuras cristianas. Me había hecho daño en la rodilla derecha. Pero... Algo no iba bien. Mi pierna derecha estaba totalmente estirada y no la podía mover. Tiré de ella hacia mí, tal vez se había enganchado entre los travesaños de la cama... Tiré una segunda vez, y sonó clin clin...  Abrí los ojos como platos. De nuevo intenté mover la pierna, y de nuevo aquel sonido metálico... clin clin clin. 
Mi boca quedó seca como el esparto y un frío glacial arqueó mi espalda. Jamás había sentido un terror tan absoluto.
 Dios mío -Dije sintiendo el rostro desencajado- ¡Alguien me ha encadenado a la cama!

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