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martes, 28 de febrero de 2012

La empresa.... II

-¿Cómo has dicho que te llamas?
-Jian, señor
-Jian, oquei,
Silencio
-Jian... Tienes exáctamente cuarenta y ocho horas para conseguir el dinero. Ni una más ni una menos. ¿Lo has entendido... JIAN?
Pronunció mi nombre en un tono más alto y más lento que el resto de la frase,  Quería señalarlo, parecía querer insultarme con mi propio nombre, o tal vez solo pretendía decir " Si, tú, chino de mierda-Jian, tú eres el que debe el dinero, tú y solo tú, chino Jian" 
Aquel hombre me miraba desde su carísimo sillón de piel marrón, como se mira a un insecto. Parecía asqueado, su nariz se arrugaba hasta hacerle enseñar el colmillo izquierdo, un colmillo puntiagudo y amenazador. Tenía las manos más limpias que yo he visto en toda mi vida, y el enorme rubí cuadrado de su anillo de oro brillaba reflejando la luz que le llegaba desde el ventanal situado justo a su espalda y desde el que podía verse todo el Vedado hasta el Malecón.
 La mañana era clara y el aire limpio traía el sonido bullicioso de la calle. Justo a la altura de aquel despacho, estaba el semáforo de La Rampa que separaba la calle 23 de la calle G. Los vehículos bramaban bajo el ardiente sol de mayo cuando se abría el semáforo. Coches, camionetas de reparto y alguna moto sobrecargada  cuyo rugido traspasaba los tímpanos incluso desde el piso octavo donde nos encontrábamos aquel sicario y yo.  A lo lejos, las voces de un vendedor de ostiones ambulante me recordó que no había comido nada en todo el día. Serían las doce y media de la mañana, pero hasta ese momento no fui consciente del hambre que tenía. Tal era la preocupación que me atenazaba y que obturaba mi garganta hasta cerrar el paso a cualquier elemento exterior, incluido el aire, el agua, el alimento. Solo mi mente estaba despierta y alerta, como la de una gacela que corre delante del leopardo.
Al fondo, la bahía con el mar en calma, como una acuarela, prometía un refrescante paseo en barca... Otro día tal vez, con suerte. Con mucha suerte otro día. Si todo salía bien. Hoy no. Hoy toda mi vida dependía de aquella mirada asesina. Hoy no comería ni bebería, y respiraría lo imprescindible para pensar, pensar cómo demonios, dónde diantre, a quién coño pedirle los veinte mil pesos que le debía directa o indirectamente al señor Lansky.

-Don Brandon..
-Para tí señor Hunter
-Señor Hunter.... Yo....conseguiré los veinte mil pesos en dos días...
-Cuarenta y ocho horas. Ni una más, ni una menos.   -Matizó aquel púgil vestido seguramente en Santonio, la mejor sastrería de Cuba, con el mejor lino color leche sucia de toda la isla-
-Cuarenta y ocho horas señor Hunter.

Intenté sonreir, lo intenté con todas mis fuerzas. Quería transmitir confianza seguridad y aplomo en una sonrisa franca y perfecta, de hombre de mundo que tiene todas las respuestas, o al menos un as en la manga, o un recurso de última hora que no había querído utilizar para hacer más interesante la última escena de aquella obra macabra... jajaja. Quería decirle a la bestia: "hey, Hunter,  tío, soy yo, Jian, confía en mí, tendré tu asqueroso dinero en un plis plas"  Pero creo que no lo conseguí. Mis labios no se movieron más allá de un par de milímetros. Mi boca estaba más rígida que la boca de la Gioconda.  Solo si aquel orangután me lo hubiera ordenado habría sido capaz de sonreír. Tal era el bloqueo de mi organismo al completo. Así que solo cuando el hombre-mono vestido en Santonio que dijo, "vete ya, amarillo de mierda" fui capaz de mover los músculos y poner en funcionamiento mis plomizas piernas, que se encaminaron, he de reconocer que con bastante alivio, hacia la puerta...


martes, 21 de febrero de 2012

La empresa...I

Llegué a la Habana con 35 años y el primer recuerdo que guardo nada más bajar del avión fue un estupendo golpe de calor, el amarillo chillón de los toldos de la cafetería del aeropuerto y aquel olor característico a salitre, petróleo y fruta madura que no me abandonó ya en ningún momento mientras estuve allí.
 Recuerdo bajar a trompicones por la vertiginosa escalerilla del avión. El pesado maletín repleto de material golpeando a cada paso mis rodillas, el bolso deslizándose desde mi hombro, los tacones de aguja patinando en la escalerilla y el estrecho tubo de la falda ofuscando por completo mis andares  -Del traje azul marino que compré en Florida Street ¿Lo recuerdas, querida mía? Tú te empeñaste en que lo comprara porque me daba un aire a la Dietrich. Ahora me río al recordar aquello, no te hice caso y no le acorté el bajo, y en aquel momento, intentando descender sin matarme por aquella escalerilla infernal, hubiera agradecido diez centímetros menos de largo en la falda- Y el calor, aquel calor pegajoso que sofocaba mis pulmones hasta dificultarme el respirar...
 Tardé demasiado en salir del aeropuerto y cuando quise ponerme en marcha, todos los taxis habían volado.  Vi a lo lejos cómo algunos compañeros de viaje subían en autobuses, pero la empresa me había prometido que habría un contacto a la salida del aeropuerto, así que cuando se acercó aquel jovencito de raza china y de aspecto algo desarrapado, pensé que era él. Se dirigió a mí sin vacilar, parecía tan simpático...

--¿Taxi, señorita?-  Preguntó con voz chillona.
Me quedé sorprendida un momento y le sonreí cortés, él me correspondió, luego desvió la mirada y señaló hacia el otro extremo de la carretera con un dedo mugriento.
A lo lejos pude ver un reluciente Buick color rojo chillón. ¡Santo Dios, te hubiera encantado aquel coche, pensé que alguien se había vuelto loco en la empresa! Hice visera con la mano sobre los ojos para verlo bien.
 Desde luego era una preciosidad. Aquel reluciente coche prometía un agradable y cómodo trayecto hacia el hotel Nacional donde me hospedaría. Ya me veía dentro de él, me quitaría los incómodos zapatos y bajaría la ventanilla para poder disfrutar plenamente del paisaje: Esplendorosas palmas reales bajo el sol del trópico jalonando el recorrido por la bahía mientras la brisa del mar entraba por la ventanilla refrescando mi cara... Aquello era un sueño hecho realidad.

El joven chino se inclinó para coger mi maleta y señaló luego el maletín que  pendía como cargado de plomo del extremo de mi brazo y sonrió. Aquel chino enclenque no podría con tanto peso, sin embargo extendió la mano hacia el maletín sin dejar ni un solo momento de sonreír y yo se lo cedí gustosamente, libre por fin de aquella pesada carga...

-Usted primero señorita.
No sé porqué confié tan ciegamente, siempre he sido de natural desconfiado. Quizás estaba aturdida por encontrarme sola en un país desconocido, cansada por el largo viaje,  serían los nervios, la ofuscación.... No sé qué me impulsó a salir disparada hacia el Buick rojo chillón... Lo cierto es que la carretera del aeropuerto estaba en ese preciso momento vacía, parecía invitarme a cruzar y yo la crucé sin vacilación...
Llegué al Buick justo en el preciso momento en el que el chino enclenque arrojaba mi querido equipaje y todo el carísimo equipo que iba en el maletín en una sucia camioneta a la que se subió como una exhalación. Tendrías que haber visto cómo saltaba aquel demonio chino sobre la trasera descubierta de la camioneta. Era el Jesse Owens oriental.

-¡Eh, oiga!  ¿Pero dónde se cree que va? ¡Que se lleva mi equipaje!  --Grité a voz en cuello. La vena de mi frente comenzó a palpitar.
Dudé un momento. No sabía si correr detrás de la camioneta que ya salía zumbando por la carretera hacia los arrabales o buscar ayuda de la policía en el interior del aeropuerto. No hice ninguna de esas cosas. Me quedé mirando con cara de imbécil cómo la camioneta se perdía entre la frondosa vegetación por una carretera que salía a la derecha de la ruta principal

Repasé mentalmente todas las cosas que estaba perdiendo... Un dineral, concluí. Un dineral y montones de recuerdos. Se los lleva el chino y los venderá por una décima parte de su valor...

-¡Al ladrón!-  Jadeé.......
-¡Al ladrón!-  Repetí, y mi voz sonó chillona, estentórea y ridícula. Hice un par de puchenos y luego pateé el suelo con indignación de niña contrariada

El gruñido de un mecanismo que necesitaba ser engrasado con urgencia me sacó del embeleso. Alguien había bajado la ventanilla del Buick.

-¿Transito García?  -Di  un respingo al escuchar mi nombre en boca de un extraño.
Una mujer con aspecto de cantante de copla española  me observaba desde el asiento del conductor. Sostenía el cigarrillo  entre sus labios reventones pintados en un rojo que competía en viveza con la carrocería del Buick.
-Si, soy yo.
-Disculpe, he llegado algo tarde. Me llamo Teodora del Hoyo y me manda la empresa - Dijo tendiéndome con energía la mano derecha   -Llámeme Teo, por favor-
Nos dimos un rápido apretón de manos y me indicó con un gesto que subiera al coche.
-Suba, querida. Ya no tiene remedio-  Aseguró  mientras me hacía un rápido chequeo desde el peinado hasta los zapatos
-¿Ya no tiene remedio?
-Lo del robo.
-Pero tendré que denunciarlo a la policía. Usted lo ha visto todo. ¿No es así?
La carcajada de Teo fue un estrépito. Tenía los dientes blancos como la nata, aún más blancos entre los suculentos labios rojos.
-Olvídelo. La policía está comprada por las mafias, además, yo no he visto nada-  Me miró compasiva antes de añadir   -No se preocupe, compraremos ropa y enseres
-Pero... ¡Se ha llevado el maletín con todo el equipo dentro!
-Ya hablaremos de eso, ahora tenemos que irnos.

El Trayecto hasta el hotel no fue tan idílico como esperaba. Bajé la ventanilla y miré con cierto rencor las espléndidas palmeras, altas, frondosas e indiferentes a mi reciente desgracia, que se volvieron cada vez más escasas y desaparecieron nada más que entramos a la ciudad. La prometida brisa que refrescara mi sudado cuerpo fue sustituida por un torrente de aire caliente, denso, húmedo,  imposible de respirar. Subí de nuevo la ventanilla y apoyé mi cabeza en ella. Me sentí derrotada, engañada. De pronto tenía unas enormes ganas de llorar. Llevaba dos meses preparando ilusionada aquel viaje y no podía empezar peor. Ni siquiera sabía si la empresa tenía algún seguro que cubriera el robo...

-¿Cree usted que la empresa tendrá contratado algún seguro que cubra el siniestro? -  Pregunté repentinamente esperanzada.
Teo sonrió y luego chasqueó la lengua
-¿Eso es un no?
-No
-No, qué.  "no es un no", o un no a secas
-¡Ay coño!. No y no, nada de seguros, ¡NO!   -Dijo y se echó a reír como una loca. Quise disculparme por mi ignorancia pero ella me mandó callar con un gesto de la mano, no podía parar de reír.
-Está bien, está bien. No quise molestarla. Discúlpeme, es que me ha dado la risa y no puedo pararla, sale como un torrente ella sola y no sé controlarla-  Dijo sin parar de reír.
Levanté las manos en señal de rendición.  ¡Menudo carácter! Te hubiera gustado aquella mujer, era dinamita pura, conducía de forma compulsiva y pitaba a todo aquel que se ponía por delante. Parecía fastidiada por el intenso tráfico de  la capital, pero no malhumorada. Esa mujer era un concentrado de adrenalina, sexi, y pura.
Cada vez circulábamos más despacio. Enormes coches americanos de vivos colores pasaban a uno y otro lado de la carretera. Gente blanca y de color cruzaba en manadas entre los coches. Todos parecían llevar la misma dirección. Nos habíamos parado definitivamente. Bajé la ventanilla resignada

-¿Hacia dónde va toda esta gente?-
-Hacia el Malecón. Esto está plagado de paisanos y de turistas.

Una mulata culona nos adelantó por la derecha. Mascaba chicle y nos miraba con aire desafiante. Un pequeñajo de unos seis años de edad se asomó repentinamente por la ventanilla. Solo vi media cabeza y ocho dedos como pequeños garfios  de carne morena.

-¡Hola!-  Le saludé empleando mi mejor sonrisa
El niño me miró con sus  enormes ojos de aceituna y no respondió. Tenía el pelo plagado de diminutos caracolillos. La mulata que nos había adelantado le dio un capón.

-¡Andando Rodofo, no sea figgón!.-  Canturreó con marcado acento cubano mientras le agarraba fuertemente de la mano. La mulata se lo llevó a rastras.  El niño se masajeó la nuca, y  mientras intentaba a trompicones seguir a su madre, se volvió a mirarme y me sacó la lengua.

-Mejor cierre la ventanilla. Hay demasiado mangante por aquí.
-Ya me he dado cuenta-   Bufé recordando al chino ladrón.
-¿Estamos muy lejos del hotel?
- No. Está en el Vedado, a unos diez  minutos en coche... Si es que  conseguimos salir de este atolladero, claro.  Teodora encendió otro cigarrillo y me ofreció uno a mí
-No fumo, gracias
-Hace bien-  Dijo exhalando una gran humarada.
-Usted no tiene acento cubano. ¿De dónde es?-   Pregunté. Teo sonrió de medio lado
-De aquí y de allá. Nací en España, pero llevo ya veinte años viviendo en Cuba, y no soporto este acento dulzón. Y usted, ¿Ha vivido toda su vida en Argentina?
-Toda. Nací allí y nunca salí hasta hoy...-  Quise hacer un pequeño resumen de mi vida en Buenos Aires, iba a hablarle de mi familia, de tí. Pero su atronadora risa inundó el interior del Buick. La observé de hito en hito.
-¿Es gracioso?-  Pregunté desconcertada
-No. Qué va a serlo. Soy yo, que tengo el día tonto-  Concluyó secándose dos  lágrimas con el dorso de la mano derecha


Teodora me pareció una mujer apasionante y muy resuelta, era más o menos de mi edad, treinta y muchos años. Tenía el pelo largo, negro y brillante como el azabache. No era tan alta pero sí más corpulenta que yo e iba vestida como una ramera, pero la ropa le sentaba como un guante y encajaba perfectamente con la personalidad que se le adivinaba. Llevaba un vestido blanco a punto de reventarle  las costuras a la altura de sus contundentes caderas y unos zapatos del mismo color. No imaginé a ningún hombre saliendo airoso de una invectiva que le lanzara. Observé mi falda tubo azul marino, de pronto parecía demasiado formal. Percibí que al lado de las suyas, poderosas, turgentes y morenas, mis piernas resultaban huesudas y blancas. Estiré la falda para no verlas y coloqué el bolso sobre las rodillas.....

















jueves, 16 de febrero de 2012

El juego del Ogro



                Tengo mucho miedo y estoy tan tensa que apenas puedo respirar.El aire entra en mis pulmones tan escaso como el soplo de brisa por el agujero de una cerradura.
                La oigo gritar. Grita tan fuerte que me parece imposible que solo yo pueda escucharla. Todo el universo debe estar escuchándola y sin embargo….nadie acude en su ayuda. Entonces algo se desgarra dentro de mí y la pena fluye, negra, inexorable, corroyendo a su paso mi inocencia de niña. 
                Creo que me duelen las piernas, o tal vez los brazos, no sé. Algo me duele dentro del ovillo que he conseguido formar con todo mi cuerpo. Gimo y balbuceo, o no, tampoco lo sé, lo cierto es que quiero llorar y no puedo porque el nudo que me aprisiona el alma se ha instalado en el espacio que antes ocupara mi garganta, y mi pequeño corazón bombea sangre con la misma fuerza que el enorme aspersor del regadío de mi tío Isaías. 
                El aire cargado de olores me oprime aún más: Los ajos, el queso demasiado rancio, cominos, pimientos secos, cebollas, alguna patata podrida, el pan de hace dos días…
                Un golpe, dos, violentos, secos. Alguien ha empujado a mi madre contra la puerta de la pequeña alacena que hay bajo la escalera y en la cual yo me encuentro escondida. Oigo su lastimera voz al otro lado de la puerta. Doy un respingo y me tapo la boca para no gritar. Noto que tengo la cara empapada de mocos y llanto. Entonces mi madre, vencida, impotente, comienza a llorar, y su incontenible desgarro me congela el alma para siempre. 
    Otro golpe seco y se hace el silencio.Un cuerpo cae como pesado fardo tapando la rendija de luz que se abría bajo la puerta. Alguien lo retira, oigo que lo arrastran y vuelve la luz.... Y el silencio...Aguanto la respiración, ni siquiera parpadeo... ¿Y si me ha visto entrar allí? ¿Y si me ha oído llorar? No. Silencio. Creo que ya se ha ido...  Me quedaré ahí toda la vida, nunca más  saldré al exterior, no quiero ver  el resultado de aquella desigual lucha….    Pero alguien se  acerca.... Se ha parado justo delante de la puerta de la alacena. Puedo ver la sombra de sus zapatos  formando una raya negra en medio de la franja de luz.....

martes, 14 de febrero de 2012

Las ocho en punto

Hace mucho frío ahí fuera. 
El viento afila el cuchillo al pasar por la ventana, y deja olvidados en el alféizar los restos de la arenilla que lleva consigo.
 Pequeños remolinos de materia que buscan las esquinas y se esconden en los rincones.
 Miguitas de hojarasca, polvo de insecto, trocitos negros de escarabajo que pueden llegar a formar montañas.¡Lo ha dicho la maestra! 
--  "Ese viento evitará la helada"--  hubiera afirmado mi tío Octavio si no anduviera enfermo.
Lloro por dentro, noto que el corazón pesa, pesa y tira de mi cuerpo hacia abajo, derrumbando mis hombros. Y pienso en el tiempo, que es relativo, y que para mí hoy pasa tan lento y que para las montañas debe pasar mucho más rápido.
 El tiempo que lleva y trae polvo, arena, migas de hojas y átomos de escarabajo. Mañana será hoy y el ayer no ha pasado.