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martes, 21 de febrero de 2012

La empresa...I

Llegué a la Habana con 35 años y el primer recuerdo que guardo nada más bajar del avión fue un estupendo golpe de calor, el amarillo chillón de los toldos de la cafetería del aeropuerto y aquel olor característico a salitre, petróleo y fruta madura que no me abandonó ya en ningún momento mientras estuve allí.
 Recuerdo bajar a trompicones por la vertiginosa escalerilla del avión. El pesado maletín repleto de material golpeando a cada paso mis rodillas, el bolso deslizándose desde mi hombro, los tacones de aguja patinando en la escalerilla y el estrecho tubo de la falda ofuscando por completo mis andares  -Del traje azul marino que compré en Florida Street ¿Lo recuerdas, querida mía? Tú te empeñaste en que lo comprara porque me daba un aire a la Dietrich. Ahora me río al recordar aquello, no te hice caso y no le acorté el bajo, y en aquel momento, intentando descender sin matarme por aquella escalerilla infernal, hubiera agradecido diez centímetros menos de largo en la falda- Y el calor, aquel calor pegajoso que sofocaba mis pulmones hasta dificultarme el respirar...
 Tardé demasiado en salir del aeropuerto y cuando quise ponerme en marcha, todos los taxis habían volado.  Vi a lo lejos cómo algunos compañeros de viaje subían en autobuses, pero la empresa me había prometido que habría un contacto a la salida del aeropuerto, así que cuando se acercó aquel jovencito de raza china y de aspecto algo desarrapado, pensé que era él. Se dirigió a mí sin vacilar, parecía tan simpático...

--¿Taxi, señorita?-  Preguntó con voz chillona.
Me quedé sorprendida un momento y le sonreí cortés, él me correspondió, luego desvió la mirada y señaló hacia el otro extremo de la carretera con un dedo mugriento.
A lo lejos pude ver un reluciente Buick color rojo chillón. ¡Santo Dios, te hubiera encantado aquel coche, pensé que alguien se había vuelto loco en la empresa! Hice visera con la mano sobre los ojos para verlo bien.
 Desde luego era una preciosidad. Aquel reluciente coche prometía un agradable y cómodo trayecto hacia el hotel Nacional donde me hospedaría. Ya me veía dentro de él, me quitaría los incómodos zapatos y bajaría la ventanilla para poder disfrutar plenamente del paisaje: Esplendorosas palmas reales bajo el sol del trópico jalonando el recorrido por la bahía mientras la brisa del mar entraba por la ventanilla refrescando mi cara... Aquello era un sueño hecho realidad.

El joven chino se inclinó para coger mi maleta y señaló luego el maletín que  pendía como cargado de plomo del extremo de mi brazo y sonrió. Aquel chino enclenque no podría con tanto peso, sin embargo extendió la mano hacia el maletín sin dejar ni un solo momento de sonreír y yo se lo cedí gustosamente, libre por fin de aquella pesada carga...

-Usted primero señorita.
No sé porqué confié tan ciegamente, siempre he sido de natural desconfiado. Quizás estaba aturdida por encontrarme sola en un país desconocido, cansada por el largo viaje,  serían los nervios, la ofuscación.... No sé qué me impulsó a salir disparada hacia el Buick rojo chillón... Lo cierto es que la carretera del aeropuerto estaba en ese preciso momento vacía, parecía invitarme a cruzar y yo la crucé sin vacilación...
Llegué al Buick justo en el preciso momento en el que el chino enclenque arrojaba mi querido equipaje y todo el carísimo equipo que iba en el maletín en una sucia camioneta a la que se subió como una exhalación. Tendrías que haber visto cómo saltaba aquel demonio chino sobre la trasera descubierta de la camioneta. Era el Jesse Owens oriental.

-¡Eh, oiga!  ¿Pero dónde se cree que va? ¡Que se lleva mi equipaje!  --Grité a voz en cuello. La vena de mi frente comenzó a palpitar.
Dudé un momento. No sabía si correr detrás de la camioneta que ya salía zumbando por la carretera hacia los arrabales o buscar ayuda de la policía en el interior del aeropuerto. No hice ninguna de esas cosas. Me quedé mirando con cara de imbécil cómo la camioneta se perdía entre la frondosa vegetación por una carretera que salía a la derecha de la ruta principal

Repasé mentalmente todas las cosas que estaba perdiendo... Un dineral, concluí. Un dineral y montones de recuerdos. Se los lleva el chino y los venderá por una décima parte de su valor...

-¡Al ladrón!-  Jadeé.......
-¡Al ladrón!-  Repetí, y mi voz sonó chillona, estentórea y ridícula. Hice un par de puchenos y luego pateé el suelo con indignación de niña contrariada

El gruñido de un mecanismo que necesitaba ser engrasado con urgencia me sacó del embeleso. Alguien había bajado la ventanilla del Buick.

-¿Transito García?  -Di  un respingo al escuchar mi nombre en boca de un extraño.
Una mujer con aspecto de cantante de copla española  me observaba desde el asiento del conductor. Sostenía el cigarrillo  entre sus labios reventones pintados en un rojo que competía en viveza con la carrocería del Buick.
-Si, soy yo.
-Disculpe, he llegado algo tarde. Me llamo Teodora del Hoyo y me manda la empresa - Dijo tendiéndome con energía la mano derecha   -Llámeme Teo, por favor-
Nos dimos un rápido apretón de manos y me indicó con un gesto que subiera al coche.
-Suba, querida. Ya no tiene remedio-  Aseguró  mientras me hacía un rápido chequeo desde el peinado hasta los zapatos
-¿Ya no tiene remedio?
-Lo del robo.
-Pero tendré que denunciarlo a la policía. Usted lo ha visto todo. ¿No es así?
La carcajada de Teo fue un estrépito. Tenía los dientes blancos como la nata, aún más blancos entre los suculentos labios rojos.
-Olvídelo. La policía está comprada por las mafias, además, yo no he visto nada-  Me miró compasiva antes de añadir   -No se preocupe, compraremos ropa y enseres
-Pero... ¡Se ha llevado el maletín con todo el equipo dentro!
-Ya hablaremos de eso, ahora tenemos que irnos.

El Trayecto hasta el hotel no fue tan idílico como esperaba. Bajé la ventanilla y miré con cierto rencor las espléndidas palmeras, altas, frondosas e indiferentes a mi reciente desgracia, que se volvieron cada vez más escasas y desaparecieron nada más que entramos a la ciudad. La prometida brisa que refrescara mi sudado cuerpo fue sustituida por un torrente de aire caliente, denso, húmedo,  imposible de respirar. Subí de nuevo la ventanilla y apoyé mi cabeza en ella. Me sentí derrotada, engañada. De pronto tenía unas enormes ganas de llorar. Llevaba dos meses preparando ilusionada aquel viaje y no podía empezar peor. Ni siquiera sabía si la empresa tenía algún seguro que cubriera el robo...

-¿Cree usted que la empresa tendrá contratado algún seguro que cubra el siniestro? -  Pregunté repentinamente esperanzada.
Teo sonrió y luego chasqueó la lengua
-¿Eso es un no?
-No
-No, qué.  "no es un no", o un no a secas
-¡Ay coño!. No y no, nada de seguros, ¡NO!   -Dijo y se echó a reír como una loca. Quise disculparme por mi ignorancia pero ella me mandó callar con un gesto de la mano, no podía parar de reír.
-Está bien, está bien. No quise molestarla. Discúlpeme, es que me ha dado la risa y no puedo pararla, sale como un torrente ella sola y no sé controlarla-  Dijo sin parar de reír.
Levanté las manos en señal de rendición.  ¡Menudo carácter! Te hubiera gustado aquella mujer, era dinamita pura, conducía de forma compulsiva y pitaba a todo aquel que se ponía por delante. Parecía fastidiada por el intenso tráfico de  la capital, pero no malhumorada. Esa mujer era un concentrado de adrenalina, sexi, y pura.
Cada vez circulábamos más despacio. Enormes coches americanos de vivos colores pasaban a uno y otro lado de la carretera. Gente blanca y de color cruzaba en manadas entre los coches. Todos parecían llevar la misma dirección. Nos habíamos parado definitivamente. Bajé la ventanilla resignada

-¿Hacia dónde va toda esta gente?-
-Hacia el Malecón. Esto está plagado de paisanos y de turistas.

Una mulata culona nos adelantó por la derecha. Mascaba chicle y nos miraba con aire desafiante. Un pequeñajo de unos seis años de edad se asomó repentinamente por la ventanilla. Solo vi media cabeza y ocho dedos como pequeños garfios  de carne morena.

-¡Hola!-  Le saludé empleando mi mejor sonrisa
El niño me miró con sus  enormes ojos de aceituna y no respondió. Tenía el pelo plagado de diminutos caracolillos. La mulata que nos había adelantado le dio un capón.

-¡Andando Rodofo, no sea figgón!.-  Canturreó con marcado acento cubano mientras le agarraba fuertemente de la mano. La mulata se lo llevó a rastras.  El niño se masajeó la nuca, y  mientras intentaba a trompicones seguir a su madre, se volvió a mirarme y me sacó la lengua.

-Mejor cierre la ventanilla. Hay demasiado mangante por aquí.
-Ya me he dado cuenta-   Bufé recordando al chino ladrón.
-¿Estamos muy lejos del hotel?
- No. Está en el Vedado, a unos diez  minutos en coche... Si es que  conseguimos salir de este atolladero, claro.  Teodora encendió otro cigarrillo y me ofreció uno a mí
-No fumo, gracias
-Hace bien-  Dijo exhalando una gran humarada.
-Usted no tiene acento cubano. ¿De dónde es?-   Pregunté. Teo sonrió de medio lado
-De aquí y de allá. Nací en España, pero llevo ya veinte años viviendo en Cuba, y no soporto este acento dulzón. Y usted, ¿Ha vivido toda su vida en Argentina?
-Toda. Nací allí y nunca salí hasta hoy...-  Quise hacer un pequeño resumen de mi vida en Buenos Aires, iba a hablarle de mi familia, de tí. Pero su atronadora risa inundó el interior del Buick. La observé de hito en hito.
-¿Es gracioso?-  Pregunté desconcertada
-No. Qué va a serlo. Soy yo, que tengo el día tonto-  Concluyó secándose dos  lágrimas con el dorso de la mano derecha


Teodora me pareció una mujer apasionante y muy resuelta, era más o menos de mi edad, treinta y muchos años. Tenía el pelo largo, negro y brillante como el azabache. No era tan alta pero sí más corpulenta que yo e iba vestida como una ramera, pero la ropa le sentaba como un guante y encajaba perfectamente con la personalidad que se le adivinaba. Llevaba un vestido blanco a punto de reventarle  las costuras a la altura de sus contundentes caderas y unos zapatos del mismo color. No imaginé a ningún hombre saliendo airoso de una invectiva que le lanzara. Observé mi falda tubo azul marino, de pronto parecía demasiado formal. Percibí que al lado de las suyas, poderosas, turgentes y morenas, mis piernas resultaban huesudas y blancas. Estiré la falda para no verlas y coloqué el bolso sobre las rodillas.....

















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