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martes, 23 de octubre de 2012

La empresa V

 -¡Teodora! ¡Mire mi negra que ya han tirao el cañonazo del Morro y va a llegá tarde, pué!
La voz apremiante de mi madre me hizo dar un respingo y la tuerca del pendiente salió de entre mis dedos como una minúscula canica. Mis ojos no fueron capaces de seguir la parábola que describió y emití un gruñido de desesperación

-¡Ya lo he oido! --Grité fuera de mí mientras intentaba en vano agacharme para recogerla. Y digo en vano porque aquel vestido no me permitía fexionar el cuerpo más de noventa grados por articulación, así que desistí, cogí un par de pendientes de clip y me los coloqué con furia. Observé nerviosa la imagen que el espejo me devolvía. Así, con gesto airado y la mirada torva, mi rostro se oscurecía mostrando la negra que llevaba dentro y que le debía a  madre. Me forcé a sonreír, la sangre poco a poco se disipó, las aletras de mi nariz se estrecharon y mis ojos perdieron su redondez ofuscada. Apareció en mi cara entonces el rostro español que debía a mi padre. Cogí mi cartera de mano y sin despedirme de mi madre, salí disparada por la puerta de casa con el corazón palpitando en mi pecho como un tambor de guerra.

 A Brandon Hunter no le gustaba nada que le hiciera esperar. Hacerle esperar podía suponer que una cena romántica en el restaurante del Habana Biltmore se convirtiera en una pesadilla de reproches y quejas. 
 Nos conocimos hacía seis meses en un partido amistoso de beisbol entre el Marianao y el Cienfuegos organizado por Jacob Lansky al que mi empresa me invitó.  Mi jefe me presentó al señor Lansky y yo enseguida reparé en Brandon. No se separaba ni un momento de Lansky, parecía un guardaespaldas por su aspecto corpulento, recio y siempre a la defensiva, pero no lo era, era su hombre de confianza. En cuanto mi jefe me presentó a Lansky, Bandon Hunter se fijó en mí. Aquella misma noche me invitó al Tropicana y una semana después era oficialmente su novia, aunque no conseguía desembarazarme de todas las busconas que intentaban arrebatármelo impunemente
Estar a su lado relajada y tranquila no me era posible. No, mientras su puño derecho permaneciera apretado cada vez -y eran muchas- que me lanzaba un reproche. Aunque jamás le tuve miedo, miedo no, sencillamente porque nunca he tenido miedo a nada ni a nadie, y, es cierto que abre muchas puertas en Cuba ser la novia del hombre de confianza de Jacob Lansky...

Aquella cena iba a ser muy diferente a las demás. Necesitaría de todas las armas de seducción posibles para convencerlo de participar en mi plan. El era la clave, mejor dicho, el señor Lansky, era la clave. Tenía que conseguir que Brandon me entendiera y me apoyara.... La empresa me había comunicado la llegada inminente de  una nueva empleada desde Buenos Aires, una pazguata a la que tenía que enseñar todo lo referente a mi trabajo, una colaboradora, lo llamaron. Nada ni nadie iba a pisarme el terreno en el trabajo. Me había llevado años conseguir patrocinio y respaldo para mi proyecto. Ahora no iba a venir una lista a quedarse con lo que era mío. 

Brandon estaba de buen humor, lo noté enseguida. Sonrió desde la ventanilla de su Cadillac negro al verme bajar  resuelta, desafiante y provocatica las escaleras. Yo sabía muy bien lo que a él le gustaba de mí, y aquella noche se lo iba a dar. ¡Vaya si se lo iba a dar!. 
Me acerqué al coche y conseguí inclinar mi cuerpo hasta poner mis ojos frente a los suyos. A penas podía respirar, mitad por culpa del vestido, la otra mitad por la tensión. 
-Hola amor-  Susurré con voz entrecortada a causa de los nervios y la  expectación, aunque él interpretó en mi jadeo exactamente lo que yo quería que interpretara.  Me incorporé y dando media vuelta conseguí desviar sus ojos hacia mis caderas con la excusa de mostrarle el vestido.
-¿Me queda bien?-   Pregunté con una sonrisa melosa.
Brandon balanceó la cabeza mientras su ojos me recorrían
-Estás increíble. ¡Sube al coche de una puta vez!  Hoy cenaremos algo rápido




lunes, 21 de mayo de 2012

La empresa IV

Me llamo Jian Chen, tengo veinte años y soy el hijo menor de Moisés Chen. Mi padre quiso poner a su último hijo un nombre chino. Mis hermanos se llaman de mayor a menor: José, Merceces, Laura y Antonio, y todos excepto yo, trabajan en la frutería de la familia, la más grande del barrio Chino de la Habana, en la calle Dragones. Excepto yo, que trabajo,o  mejor dicho, trabajaba, para el señor Lansky.
Al señor Jacob Lansky, administador del Hotel Nacional y hermano de Meyer Lansky, famoso capo de la mafia, le gusta tener siempre enormes cantidades de fruta fresca en su habitación privada del hotel, desde la que se ve todo el Vedado y El Malecón. Una joya del Art Decó, decorada a su capricho, según afirma él a sus escasos visitantes, en su mayoría mujeres, que por su aspecto no tienen ni la más remota idea de lo que significa eso.
Yo era, hasta ayer, el frutero particular y exclusivo del señor Lansky. Era el frutero mejor pagado de toda la Habana y mis hermanos me envidiaban -aún me envidian-  por ello. Mi única misión consistía en proveerle diariamente de mangos, chirimoyas, naranjas y frutas bomba. No tengo la menor idea de quién comía la enorme cantidad de fruta que yo le llevaba, lo cierto es que cada mañana, a las nueve y media en punto, yo me presentaba en la recepción del hotel con un cesto cargado de la mejor fruta de la tienda que dejaba en el mostrador, para que el matón de turno la inspeccionara, tras lo cual, entraba muy ufano en el ascensor que subía directamente al recibidor que comunicaba con su habitación.  
Yo era una de las personas de confianza del señor Lansky. Lo he visto en pijama y en bañador, lo he visto equipado para jugar al tenis y en calzoncillos. Yo sabía de su tic nervioso en el ojo cuando le aguantabas más de tres segundos la mirada  y de su manía de pasar el regordete dedo por la brillante fruta en busca de alguna mota de polvo que por supuesto no había. 
El señor Jacob -Jake para los amigos- Lansky salía personalmente a recibirme y cogía el cesto de fruta con sus propias manos,  inspeccionaba una a una cada pieza con sus rollizos dedos como orondos gusanos blancos. Luego me daba el oquei con un guiño de su ojo izquierdo, el que no tenía el tic. Eso me hacía sentir importante....  Hasta Ayer.
No sé quién coño le llevará a partir de ahora la fruta al cabrón ese, ojalá se muera de una diarrea y alguien se olvide de la maldita deuda que tengo con él, por culpa de Teodora del Hoyo, la mulata más pervesa y más blanca de toda la Habana.








 




miércoles, 21 de marzo de 2012

La empresa III

De pronto un rayo de sol se coló por la rendija de la vieja persiana y fue a parar justo a mi ojo derecho, Me desperté lenta y dolorosamente, como el que vuelve de un coma de tres meses. Me envolvió una profunda sensación de mareo. Estaba desorientada, no sabía qué hora era ni dónde me encontraba. Me incorporé ligeramente y fue como si tuviera clavada una enorme punta en el cerebro. Enseguida la habitación comenzó a dar vueltas como si fuera un tiovivo y alguien hubiese accionado la enorme palanca sobre la que rezara la leyenda "A todo gas". Sujeté la cabeza con fuerza entre mis manos para hacerlo parar pero no lo conseguí...
¿Dónde coño estaba? Aquella no era ni remotemente mi habitación del hotel Nacional. Me dejé caer de nuevo sobre el camastro en el que me encontraba. Con los ojos cerrados todo iba mucho mejor, la luz ya no hería mis ojos y la habitación no daba vueltas.
De pronto tuve la sensacón de estar totalmente despierta y me asusté.¿Estaba borracha? No recordaba haber bebido. No recordaba ninguna fiesta... Tal vez Teodora me había llevado al Tropicana como prometió...¿Lo prometió? ¿Cuándo? ¿Dónde? Pero no, ¡Me acordaría! Yo nunca había estado en un cabaret. Aquello no lo habría olvidado.
 Intenté poner orden en mi cabeza. Sí, recordaba perfectamente la habitación del hotel, fría, funcional, austera pero cómoda. ¿Y mi equipaje? ¡Oh dios, sí, me lo había robado el chino! Eso lo recordaba perfectamente... Decidí tirar del hilo empezando por ahí:
La carrera del chino hacia la camioneta
El Buick rojo de Teodora
La llegada al Hotel Nacional... Y... Nada más. ¡No recordaba nada más! Y aquella conversación sobre el Tropicana.... Hice un esfuerzo por recordar...
Una calle...la bahía al fondo... El rostro sonriente de Teodora...el graznido de las gaviotas.... Me incorporé sobre el camastro y la punta en mi cerebro se incrustó un poco más. Dios, ¡Qué dolor tan agudo! Me iba a estallar la cabeza. Me apoyé en el cabecero de la cama y poco a poco fuí abriendo los ojos. Así sentada sobre la cama, sentí que el mareo remitía y poco a poco, el tiovivo de la habitación comenzó a frenar.

Me encontraba en un cuartucho alargado en el que casi todo el espacio lo ocupaba la cama donde me encontraba. Había un agujero en el sitio donde yo había dormido, así que supuse que el colchón sería de algún material similar a la lana. Las sábanas blancas eran viejas pero estaban muy límpias, lo cual era de agradecer. La cama no era demasiado grande, tal vez un metro de ancha, desde los extremos de la cama se podía tocar la pared adyacente. A mi izquierda estaba la ventana, que era estrecha y alargada también. Una destartalada persina tipo veneciana ocultaba a la vista lo que pudiera haber detrás. Solo entraba la claridad de lo que supuse era un patio interior, pues no se oía tráfico de coches, o niños jugando. Por un momento creí que no había ruidos en el exterior, pero pronto me llegó el canto de un gallo lejano y el piar de algún pajarillo. Supuse que mi organismo necesitaba su tiempo para poder asimilar toda la información que le llegaba tras una monumental borrachera como la que imaginaba me había llevado allí la noche anterior.
Ni rastro de gaviotas, observé. Las paredes irregulares estaban pintadas con cal y había cuadros por todas partes. Cuadros de vírgenes con los corazones traspasados, alguno de Jesús llevando la cruz. Todos ellos eran láminas viejas abombadas por la humedad y cagadas por las moscas, no les protegía ningún cristal. Al fondo de la habitación había una especie de altar. ¿Un crucifijo? No lo distinguía muy bien sin las gafas. ¿Dónde demonios estarían mis gafas?
Si, era un crucifijo sobre una especie de peana, y bajo él, lo que parecían cuenquitos con semillas dentro, y una imagen al lado, como un San Pancracio de esos que se ponen en los comercios para atraer el negocio, los clientes, el dinero, la buena suerte o todas las cosas a la vez...

La cabeza no paraba de darme vueltas y yo no conseguía sacar mis recuerdos del atolladero de la habitación del hotel. ¿Qué había pasado después de llegar al hotel? Por más que lo intentaba, no conseguía recordar nada más... Un momento ¡Si! Teodora me había llevado a conocer el Malecón, dimos un paseo y comimos unas hamburguesas en un puesto que había en una esquina...¿Cómo las había llamado ella ...? ¡Fritas! Eso era, tomamos unas fritas. Recordé su pelo al viento y su sonrisa confiada. Yo estaba muerta de hambre y devoré un par de aquellas fritas, sí, lo recordaba perfectamente...¿Y después? Nada. No recordaba nada más..
Bajé la cabeza y me sorprendió ver que estaba vestida con un camisón blanco de algodón. Yo nunca usaba camisón ¿De quién demonios sería aquel camisón?
Eché la sábana con la que me habían cubierto hacia atrás dispuesta a explorar un poco y salir de aquel cuarto en busca de Teodora, que era el único ser humano en toda la isla que yo conocía. Me bajé de la cama por el único sitio por donde podía hacerse cómodamente, por la parte de atrás. Creí que podía sujetarme en pie pero me equivoqué y fui a darme de bruces contra el altarcito y todo lo que había sobre él se vino abajo conmigo.
Quedé tendida boca abajo en el suelo, enmarcada por un rosario de semillas gordas olorosas y extrañas y trocitos amputados de figuras cristianas. Me había hecho daño en la rodilla derecha. Pero... Algo no iba bien. Mi pierna derecha estaba totalmente estirada y no la podía mover. Tiré de ella hacia mí, tal vez se había enganchado entre los travesaños de la cama... Tiré una segunda vez, y sonó clin clin...  Abrí los ojos como platos. De nuevo intenté mover la pierna, y de nuevo aquel sonido metálico... clin clin clin. 
Mi boca quedó seca como el esparto y un frío glacial arqueó mi espalda. Jamás había sentido un terror tan absoluto.
 Dios mío -Dije sintiendo el rostro desencajado- ¡Alguien me ha encadenado a la cama!

martes, 28 de febrero de 2012

La empresa.... II

-¿Cómo has dicho que te llamas?
-Jian, señor
-Jian, oquei,
Silencio
-Jian... Tienes exáctamente cuarenta y ocho horas para conseguir el dinero. Ni una más ni una menos. ¿Lo has entendido... JIAN?
Pronunció mi nombre en un tono más alto y más lento que el resto de la frase,  Quería señalarlo, parecía querer insultarme con mi propio nombre, o tal vez solo pretendía decir " Si, tú, chino de mierda-Jian, tú eres el que debe el dinero, tú y solo tú, chino Jian" 
Aquel hombre me miraba desde su carísimo sillón de piel marrón, como se mira a un insecto. Parecía asqueado, su nariz se arrugaba hasta hacerle enseñar el colmillo izquierdo, un colmillo puntiagudo y amenazador. Tenía las manos más limpias que yo he visto en toda mi vida, y el enorme rubí cuadrado de su anillo de oro brillaba reflejando la luz que le llegaba desde el ventanal situado justo a su espalda y desde el que podía verse todo el Vedado hasta el Malecón.
 La mañana era clara y el aire limpio traía el sonido bullicioso de la calle. Justo a la altura de aquel despacho, estaba el semáforo de La Rampa que separaba la calle 23 de la calle G. Los vehículos bramaban bajo el ardiente sol de mayo cuando se abría el semáforo. Coches, camionetas de reparto y alguna moto sobrecargada  cuyo rugido traspasaba los tímpanos incluso desde el piso octavo donde nos encontrábamos aquel sicario y yo.  A lo lejos, las voces de un vendedor de ostiones ambulante me recordó que no había comido nada en todo el día. Serían las doce y media de la mañana, pero hasta ese momento no fui consciente del hambre que tenía. Tal era la preocupación que me atenazaba y que obturaba mi garganta hasta cerrar el paso a cualquier elemento exterior, incluido el aire, el agua, el alimento. Solo mi mente estaba despierta y alerta, como la de una gacela que corre delante del leopardo.
Al fondo, la bahía con el mar en calma, como una acuarela, prometía un refrescante paseo en barca... Otro día tal vez, con suerte. Con mucha suerte otro día. Si todo salía bien. Hoy no. Hoy toda mi vida dependía de aquella mirada asesina. Hoy no comería ni bebería, y respiraría lo imprescindible para pensar, pensar cómo demonios, dónde diantre, a quién coño pedirle los veinte mil pesos que le debía directa o indirectamente al señor Lansky.

-Don Brandon..
-Para tí señor Hunter
-Señor Hunter.... Yo....conseguiré los veinte mil pesos en dos días...
-Cuarenta y ocho horas. Ni una más, ni una menos.   -Matizó aquel púgil vestido seguramente en Santonio, la mejor sastrería de Cuba, con el mejor lino color leche sucia de toda la isla-
-Cuarenta y ocho horas señor Hunter.

Intenté sonreir, lo intenté con todas mis fuerzas. Quería transmitir confianza seguridad y aplomo en una sonrisa franca y perfecta, de hombre de mundo que tiene todas las respuestas, o al menos un as en la manga, o un recurso de última hora que no había querído utilizar para hacer más interesante la última escena de aquella obra macabra... jajaja. Quería decirle a la bestia: "hey, Hunter,  tío, soy yo, Jian, confía en mí, tendré tu asqueroso dinero en un plis plas"  Pero creo que no lo conseguí. Mis labios no se movieron más allá de un par de milímetros. Mi boca estaba más rígida que la boca de la Gioconda.  Solo si aquel orangután me lo hubiera ordenado habría sido capaz de sonreír. Tal era el bloqueo de mi organismo al completo. Así que solo cuando el hombre-mono vestido en Santonio que dijo, "vete ya, amarillo de mierda" fui capaz de mover los músculos y poner en funcionamiento mis plomizas piernas, que se encaminaron, he de reconocer que con bastante alivio, hacia la puerta...


martes, 21 de febrero de 2012

La empresa...I

Llegué a la Habana con 35 años y el primer recuerdo que guardo nada más bajar del avión fue un estupendo golpe de calor, el amarillo chillón de los toldos de la cafetería del aeropuerto y aquel olor característico a salitre, petróleo y fruta madura que no me abandonó ya en ningún momento mientras estuve allí.
 Recuerdo bajar a trompicones por la vertiginosa escalerilla del avión. El pesado maletín repleto de material golpeando a cada paso mis rodillas, el bolso deslizándose desde mi hombro, los tacones de aguja patinando en la escalerilla y el estrecho tubo de la falda ofuscando por completo mis andares  -Del traje azul marino que compré en Florida Street ¿Lo recuerdas, querida mía? Tú te empeñaste en que lo comprara porque me daba un aire a la Dietrich. Ahora me río al recordar aquello, no te hice caso y no le acorté el bajo, y en aquel momento, intentando descender sin matarme por aquella escalerilla infernal, hubiera agradecido diez centímetros menos de largo en la falda- Y el calor, aquel calor pegajoso que sofocaba mis pulmones hasta dificultarme el respirar...
 Tardé demasiado en salir del aeropuerto y cuando quise ponerme en marcha, todos los taxis habían volado.  Vi a lo lejos cómo algunos compañeros de viaje subían en autobuses, pero la empresa me había prometido que habría un contacto a la salida del aeropuerto, así que cuando se acercó aquel jovencito de raza china y de aspecto algo desarrapado, pensé que era él. Se dirigió a mí sin vacilar, parecía tan simpático...

--¿Taxi, señorita?-  Preguntó con voz chillona.
Me quedé sorprendida un momento y le sonreí cortés, él me correspondió, luego desvió la mirada y señaló hacia el otro extremo de la carretera con un dedo mugriento.
A lo lejos pude ver un reluciente Buick color rojo chillón. ¡Santo Dios, te hubiera encantado aquel coche, pensé que alguien se había vuelto loco en la empresa! Hice visera con la mano sobre los ojos para verlo bien.
 Desde luego era una preciosidad. Aquel reluciente coche prometía un agradable y cómodo trayecto hacia el hotel Nacional donde me hospedaría. Ya me veía dentro de él, me quitaría los incómodos zapatos y bajaría la ventanilla para poder disfrutar plenamente del paisaje: Esplendorosas palmas reales bajo el sol del trópico jalonando el recorrido por la bahía mientras la brisa del mar entraba por la ventanilla refrescando mi cara... Aquello era un sueño hecho realidad.

El joven chino se inclinó para coger mi maleta y señaló luego el maletín que  pendía como cargado de plomo del extremo de mi brazo y sonrió. Aquel chino enclenque no podría con tanto peso, sin embargo extendió la mano hacia el maletín sin dejar ni un solo momento de sonreír y yo se lo cedí gustosamente, libre por fin de aquella pesada carga...

-Usted primero señorita.
No sé porqué confié tan ciegamente, siempre he sido de natural desconfiado. Quizás estaba aturdida por encontrarme sola en un país desconocido, cansada por el largo viaje,  serían los nervios, la ofuscación.... No sé qué me impulsó a salir disparada hacia el Buick rojo chillón... Lo cierto es que la carretera del aeropuerto estaba en ese preciso momento vacía, parecía invitarme a cruzar y yo la crucé sin vacilación...
Llegué al Buick justo en el preciso momento en el que el chino enclenque arrojaba mi querido equipaje y todo el carísimo equipo que iba en el maletín en una sucia camioneta a la que se subió como una exhalación. Tendrías que haber visto cómo saltaba aquel demonio chino sobre la trasera descubierta de la camioneta. Era el Jesse Owens oriental.

-¡Eh, oiga!  ¿Pero dónde se cree que va? ¡Que se lleva mi equipaje!  --Grité a voz en cuello. La vena de mi frente comenzó a palpitar.
Dudé un momento. No sabía si correr detrás de la camioneta que ya salía zumbando por la carretera hacia los arrabales o buscar ayuda de la policía en el interior del aeropuerto. No hice ninguna de esas cosas. Me quedé mirando con cara de imbécil cómo la camioneta se perdía entre la frondosa vegetación por una carretera que salía a la derecha de la ruta principal

Repasé mentalmente todas las cosas que estaba perdiendo... Un dineral, concluí. Un dineral y montones de recuerdos. Se los lleva el chino y los venderá por una décima parte de su valor...

-¡Al ladrón!-  Jadeé.......
-¡Al ladrón!-  Repetí, y mi voz sonó chillona, estentórea y ridícula. Hice un par de puchenos y luego pateé el suelo con indignación de niña contrariada

El gruñido de un mecanismo que necesitaba ser engrasado con urgencia me sacó del embeleso. Alguien había bajado la ventanilla del Buick.

-¿Transito García?  -Di  un respingo al escuchar mi nombre en boca de un extraño.
Una mujer con aspecto de cantante de copla española  me observaba desde el asiento del conductor. Sostenía el cigarrillo  entre sus labios reventones pintados en un rojo que competía en viveza con la carrocería del Buick.
-Si, soy yo.
-Disculpe, he llegado algo tarde. Me llamo Teodora del Hoyo y me manda la empresa - Dijo tendiéndome con energía la mano derecha   -Llámeme Teo, por favor-
Nos dimos un rápido apretón de manos y me indicó con un gesto que subiera al coche.
-Suba, querida. Ya no tiene remedio-  Aseguró  mientras me hacía un rápido chequeo desde el peinado hasta los zapatos
-¿Ya no tiene remedio?
-Lo del robo.
-Pero tendré que denunciarlo a la policía. Usted lo ha visto todo. ¿No es así?
La carcajada de Teo fue un estrépito. Tenía los dientes blancos como la nata, aún más blancos entre los suculentos labios rojos.
-Olvídelo. La policía está comprada por las mafias, además, yo no he visto nada-  Me miró compasiva antes de añadir   -No se preocupe, compraremos ropa y enseres
-Pero... ¡Se ha llevado el maletín con todo el equipo dentro!
-Ya hablaremos de eso, ahora tenemos que irnos.

El Trayecto hasta el hotel no fue tan idílico como esperaba. Bajé la ventanilla y miré con cierto rencor las espléndidas palmeras, altas, frondosas e indiferentes a mi reciente desgracia, que se volvieron cada vez más escasas y desaparecieron nada más que entramos a la ciudad. La prometida brisa que refrescara mi sudado cuerpo fue sustituida por un torrente de aire caliente, denso, húmedo,  imposible de respirar. Subí de nuevo la ventanilla y apoyé mi cabeza en ella. Me sentí derrotada, engañada. De pronto tenía unas enormes ganas de llorar. Llevaba dos meses preparando ilusionada aquel viaje y no podía empezar peor. Ni siquiera sabía si la empresa tenía algún seguro que cubriera el robo...

-¿Cree usted que la empresa tendrá contratado algún seguro que cubra el siniestro? -  Pregunté repentinamente esperanzada.
Teo sonrió y luego chasqueó la lengua
-¿Eso es un no?
-No
-No, qué.  "no es un no", o un no a secas
-¡Ay coño!. No y no, nada de seguros, ¡NO!   -Dijo y se echó a reír como una loca. Quise disculparme por mi ignorancia pero ella me mandó callar con un gesto de la mano, no podía parar de reír.
-Está bien, está bien. No quise molestarla. Discúlpeme, es que me ha dado la risa y no puedo pararla, sale como un torrente ella sola y no sé controlarla-  Dijo sin parar de reír.
Levanté las manos en señal de rendición.  ¡Menudo carácter! Te hubiera gustado aquella mujer, era dinamita pura, conducía de forma compulsiva y pitaba a todo aquel que se ponía por delante. Parecía fastidiada por el intenso tráfico de  la capital, pero no malhumorada. Esa mujer era un concentrado de adrenalina, sexi, y pura.
Cada vez circulábamos más despacio. Enormes coches americanos de vivos colores pasaban a uno y otro lado de la carretera. Gente blanca y de color cruzaba en manadas entre los coches. Todos parecían llevar la misma dirección. Nos habíamos parado definitivamente. Bajé la ventanilla resignada

-¿Hacia dónde va toda esta gente?-
-Hacia el Malecón. Esto está plagado de paisanos y de turistas.

Una mulata culona nos adelantó por la derecha. Mascaba chicle y nos miraba con aire desafiante. Un pequeñajo de unos seis años de edad se asomó repentinamente por la ventanilla. Solo vi media cabeza y ocho dedos como pequeños garfios  de carne morena.

-¡Hola!-  Le saludé empleando mi mejor sonrisa
El niño me miró con sus  enormes ojos de aceituna y no respondió. Tenía el pelo plagado de diminutos caracolillos. La mulata que nos había adelantado le dio un capón.

-¡Andando Rodofo, no sea figgón!.-  Canturreó con marcado acento cubano mientras le agarraba fuertemente de la mano. La mulata se lo llevó a rastras.  El niño se masajeó la nuca, y  mientras intentaba a trompicones seguir a su madre, se volvió a mirarme y me sacó la lengua.

-Mejor cierre la ventanilla. Hay demasiado mangante por aquí.
-Ya me he dado cuenta-   Bufé recordando al chino ladrón.
-¿Estamos muy lejos del hotel?
- No. Está en el Vedado, a unos diez  minutos en coche... Si es que  conseguimos salir de este atolladero, claro.  Teodora encendió otro cigarrillo y me ofreció uno a mí
-No fumo, gracias
-Hace bien-  Dijo exhalando una gran humarada.
-Usted no tiene acento cubano. ¿De dónde es?-   Pregunté. Teo sonrió de medio lado
-De aquí y de allá. Nací en España, pero llevo ya veinte años viviendo en Cuba, y no soporto este acento dulzón. Y usted, ¿Ha vivido toda su vida en Argentina?
-Toda. Nací allí y nunca salí hasta hoy...-  Quise hacer un pequeño resumen de mi vida en Buenos Aires, iba a hablarle de mi familia, de tí. Pero su atronadora risa inundó el interior del Buick. La observé de hito en hito.
-¿Es gracioso?-  Pregunté desconcertada
-No. Qué va a serlo. Soy yo, que tengo el día tonto-  Concluyó secándose dos  lágrimas con el dorso de la mano derecha


Teodora me pareció una mujer apasionante y muy resuelta, era más o menos de mi edad, treinta y muchos años. Tenía el pelo largo, negro y brillante como el azabache. No era tan alta pero sí más corpulenta que yo e iba vestida como una ramera, pero la ropa le sentaba como un guante y encajaba perfectamente con la personalidad que se le adivinaba. Llevaba un vestido blanco a punto de reventarle  las costuras a la altura de sus contundentes caderas y unos zapatos del mismo color. No imaginé a ningún hombre saliendo airoso de una invectiva que le lanzara. Observé mi falda tubo azul marino, de pronto parecía demasiado formal. Percibí que al lado de las suyas, poderosas, turgentes y morenas, mis piernas resultaban huesudas y blancas. Estiré la falda para no verlas y coloqué el bolso sobre las rodillas.....

















jueves, 16 de febrero de 2012

El juego del Ogro



                Tengo mucho miedo y estoy tan tensa que apenas puedo respirar.El aire entra en mis pulmones tan escaso como el soplo de brisa por el agujero de una cerradura.
                La oigo gritar. Grita tan fuerte que me parece imposible que solo yo pueda escucharla. Todo el universo debe estar escuchándola y sin embargo….nadie acude en su ayuda. Entonces algo se desgarra dentro de mí y la pena fluye, negra, inexorable, corroyendo a su paso mi inocencia de niña. 
                Creo que me duelen las piernas, o tal vez los brazos, no sé. Algo me duele dentro del ovillo que he conseguido formar con todo mi cuerpo. Gimo y balbuceo, o no, tampoco lo sé, lo cierto es que quiero llorar y no puedo porque el nudo que me aprisiona el alma se ha instalado en el espacio que antes ocupara mi garganta, y mi pequeño corazón bombea sangre con la misma fuerza que el enorme aspersor del regadío de mi tío Isaías. 
                El aire cargado de olores me oprime aún más: Los ajos, el queso demasiado rancio, cominos, pimientos secos, cebollas, alguna patata podrida, el pan de hace dos días…
                Un golpe, dos, violentos, secos. Alguien ha empujado a mi madre contra la puerta de la pequeña alacena que hay bajo la escalera y en la cual yo me encuentro escondida. Oigo su lastimera voz al otro lado de la puerta. Doy un respingo y me tapo la boca para no gritar. Noto que tengo la cara empapada de mocos y llanto. Entonces mi madre, vencida, impotente, comienza a llorar, y su incontenible desgarro me congela el alma para siempre. 
    Otro golpe seco y se hace el silencio.Un cuerpo cae como pesado fardo tapando la rendija de luz que se abría bajo la puerta. Alguien lo retira, oigo que lo arrastran y vuelve la luz.... Y el silencio...Aguanto la respiración, ni siquiera parpadeo... ¿Y si me ha visto entrar allí? ¿Y si me ha oído llorar? No. Silencio. Creo que ya se ha ido...  Me quedaré ahí toda la vida, nunca más  saldré al exterior, no quiero ver  el resultado de aquella desigual lucha….    Pero alguien se  acerca.... Se ha parado justo delante de la puerta de la alacena. Puedo ver la sombra de sus zapatos  formando una raya negra en medio de la franja de luz.....

martes, 14 de febrero de 2012

Las ocho en punto

Hace mucho frío ahí fuera. 
El viento afila el cuchillo al pasar por la ventana, y deja olvidados en el alféizar los restos de la arenilla que lleva consigo.
 Pequeños remolinos de materia que buscan las esquinas y se esconden en los rincones.
 Miguitas de hojarasca, polvo de insecto, trocitos negros de escarabajo que pueden llegar a formar montañas.¡Lo ha dicho la maestra! 
--  "Ese viento evitará la helada"--  hubiera afirmado mi tío Octavio si no anduviera enfermo.
Lloro por dentro, noto que el corazón pesa, pesa y tira de mi cuerpo hacia abajo, derrumbando mis hombros. Y pienso en el tiempo, que es relativo, y que para mí hoy pasa tan lento y que para las montañas debe pasar mucho más rápido.
 El tiempo que lleva y trae polvo, arena, migas de hojas y átomos de escarabajo. Mañana será hoy y el ayer no ha pasado.